Javier Ruzo
Ubicada en las altas cumbres de la vertiente occidental de los Andes centrales peruanos, la meseta de Marcahuasi – a más de 3900 msnm- desafía la obra de los Dioses y el destino del más común de los hombres por igual.
Si trazamos una línea recta entre la alta montaña y la orilla del Océano Pacífico, los 30 a 100 kilómetros a vista de pájaro no corresponden en absoluto con la pronunciada pendiente que condiciona la medida humana a un sinfín de variables, tanto climáticas como geográficas.
Este escenario se repite valle por valle y cumbre tras cumbre, desde el desierto de Tarapacá, al norte del Chile actual, hasta el desierto de Sechura, mil kilómetros al norte de la meseta de Marcahuasi . No es casualidad alguna que una gran civilización exprese en su vida diaria las condiciones que abrigaron sus inicios. Lo excepcional reside en lo particular. Esta civilización no tiene un gran río ni delta que lo irrigue, ni una fértil planicie mesopotámica entre ríos, ni hordas saqueadoras a caballo. Aquí nada crece sin dedicación constante.
En estas condiciones geográficas tan únicas como adversas, floreció lenta y aisladamente una multitud de respuestas culturales tan diversas como similares. Entre selva y costa, cada valle aportó un pequeño reino local autosustentable de arriba-abajo, intercambiando proteínas seco-saladas por tubérculos altoandinos o apreciados plumajes de aves amazónicas. Lo que las montañas dividían unió una continuidad cultural y comercial varias veces milenaria.
II
Las determinantes condiciones geográficas del Perú ancestral pueden hoy apreciarse al detalle en fotografías satelitales. Una muralla divide el continente entero de sur a norte. La apretada arruga montañosa que define el Chile de hoy y la nación Argentina , sube desde el sur hasta encontrarse súbitamente con una extensa meseta altiplánica a 4 mil metros sobre el nivel del mar.
Es aquí donde podemos trazar el límite sureño de la civilización andina. Hacia el norte de expanden tres cadenas montañosas, una al borde del mar, las más alta y nevada en el centro y hacia oriente una cadena frondosa que desciende lentamente hacia la selva. Estos tres ramales se unen haciendo un nudo en el Perú central y otro más en la provincia ecuatoriana de Loja, creando entre ellos valles interandinos que multiplican las variables comerciales antes citadas integrando sus propios pisos climáticos.
Para graficar mejor nuestro escenario geográfico imaginemos poner 30 escaleras consecutivas en un ángulo de 50 grados de elevación reposando en la vertiente occidental de los Andes. Así de empinada resulta ser esta cordillera y pese a ello o justamente impulsado por ello, cada escalón es un breve piso climático que ofrece condiciones únicas para ciertos productos localmente domesticados. Esta cadena comercial ya existía 4,500 años atrás uniendo las cumbres con la costa, al son del río que siempre desciende, ralo en el invierno o cargado en el verano, reposando escalonadamente, mas siempre permitiendo breves espacios de producción estacional.
III
Qué relación tiene todo lo expuesto con la meseta de Marcahuasi? Reconstruir el tiempo pasado en una tarea imposible. La memoria de la humanidad sí llega hasta nosotros por la misma tradición oral expresada hoy en leyendas, tradiciones y símbolos. Pero los avances científicos en la investigación arqueológica de las últimas 4 décadas nos enfrenta a un extenso horizonte de posibilidades que replantean la historia humana radicalmente. Uno de estos aportes une la cosmovisión simbólica ya estudiada, con los descubrimientos arqueo-astronómicos recientes que demuestran una dimensión de correspondencias estelares en cada montaña sagrada, en cada oráculo ancestral y en lo que hoy llamamos geografía sagrada.
La multitud de reinos locales costeños nunca llegaron a tomar dimensiones imperiales mas sí lograron una excelencia artística insuperable. Toda esa creatividad es un campo común, una trama de símbolos que aún nos hablan mirando al cielo, como en el desierto de Nazca.
Esta cultura se sustentaba en la demanda continua de un mercado funerario sumamente exigente. Si bien hay vestigios funerarios por doquier, es muy relevante comparar tejidos Paracas de 3 mil años de antigüedad con tejidos del valle de Huacho dos mil años después. El estímulo que perfecciona todo arte depende del valor que su sociedad le otorga. Un ejemplo conocido de esta red de servicios funerarios y rituales es el territorio hoy llamado Ica. La gran cantidad de fardos funerarios encontrados en la península de Paracas casi cien años atrás demuestra el valor sagrado de esta península y el elevado costo del ajuar funerario correspondiente. La perfección ritual del tallado de cada piedra en templos como Kenko o Tampumachay ya no corresponde a la oferta y demanda antes mencionada, su valor ya reside en complementar o completar las formas vivas de la naturaleza sagrada a un detalle tan extremo como monumental. Este último ejemplo es la cumbre contemporánea de la cultura precolombina y su relación con Marcahuasi comparte hasta los mismos patrones arqueo-astronómicos que abordaremos más tarde. Los reinos regionales costeños también se expandieron, como los Chinchas o los Moches, sin la ambición imperial de sucesivos imperios interandinos. La incorporación de estos reinos muchas veces se negociaba respetando patrones previos que permitían mantener sus ritos locales y sus dioses tutelares asimilando incluso su propio sistema administrativo.
El tardío imperio Chimú, al ser conquistado por el imperio Inca, transfiere su élite metalúrgica a servicio de un poder integrador y unificador por excelencia. El hecho militar cumple con sus propios rituales guerreros de sangre como en toda América. Lo resaltante resulta ser el carácter unificador que integra con tremenda facilidad el sistema administrativo local a las redes imperiales. En estas tierras divididas ya existía 5 mil años atrás un común denominador de libertad de culto. En términos locales toda conquista sólo exigía incluir otro dios dentro del extenso panteón ya establecido. En contraposición a los imperios asiáticos la civilización Andina mantiene una ritualidad mancomunada alrededor de dos variables continuas: el agua y la montaña.
Estos dos elementos representan el hilo ancestral que perfecciona el chamanismo primigenio americano logrando crear un paradigma civilizador tan único como su geografía. En Túcume o en Sicán, las pirámides son montañas de adobe, alineadas con su tiempo y espacio geográfico. En el desierto egipcio las pirámides del conjunto Giza fueron diseñadas reflejando las estrellas de una constelación ya tres décadas atrás, multiplicando la posibilidad de correlaciones similares a nivel global en pirámides sagradas desde Tenochtitlan a (Ancor Vat ), en una secuencia de relojes de arena astronómicos.
Si Marcahuasi es una montaña sagrada, la cumbre de un valle, la madre tierra que acumula en sus lagunas el agua fértil de la vida. El océano Pacífico era el fin de la tierra, el más allá y curiosamente la gran variable proteica de este horizonte cultural.
IV
Bañando por más de dos mil kilómetros lineales una costa semi-tropical, la corriente marina fría proveniente del sur antártico suma a la biodiversidad de los recursos marinos una espesa capa de niebla condensada que se prolonga hasta los límites norteños de la cadena Andina occidental, la península de Illescas en Piura. Esta inmensa carretera oceánica llamada Humbolt suma su carácter paradigmático a este vasto escenario geográfico. El desierto costero occidental ya mencionado no existiría sin los efectos que crea la gran corriente fría que nace en el continente Antártico bordeando 5 mil kilómetros de costa sudamericana hasta confrontar corrientes cálidas del extremo norte peruano. Este inmenso río oceánico enfría costas subtropicales creando densas neblinas sin lluvias estivales. Su continua presencia trae nutrientes creando el primer eslabón de una compleja cadena alimenticia que permite una pesca abundante hasta hoy.
Este recurso marino complementó la dieta del Perú ancestral miles de años antes de la consolidación del primer reino regional llamado Caral. La anchoveta se enterraba como abono inmediato en la siembra de muchos productos agrícolas nativos del Incanato. También servía como sujeto de trueque ya seco o salado. Su extenso uso evidencia el éxito del comercio escalonado mucho antes de la consolidación del imperio Incaico. La misma matriz que domesticó la papa hace más de diez mil años, potenció una variedad de productos como la Quinua, la Kihuicha, el Pacae, la Cañigua, la Chirimoya y un sinfín de respuestas productivas en cada escalón climático.
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